A tan solo 3 días de que terminen estos XXX Juegos Olímpicos
de Verano, pocas cosas quedan por definir más que numerosas finales por
disputar. En este apartado, la Argentina en particular se encuentra ante dos
oportunidades únicas para que sus dos generaciones de deportistas más laureados
de su historia (baloncesto masculino y Hockey femenino), conquisten una vez más
un triunfo olímpico que los haga perdurar como leyendas del deporte nacional.
Repasando la prensa deportiva de hoy, me he encontrado con
esta noticia del diario “La Nación”, en la que se hace un pequeño repaso de lo
que supone para el equipo de hockey femenino la final que hoy van a disputar,
contra el seleccionado holandés, en búsqueda del oro olímpico.
Sin lugar a duda coincido completamente con lo que dice la
ex arquera del equipo femenino de hockey (Las Leonas), Belen Succi, sobre que las
finales son un mundo a parte. A pesar de
que a la final se llega pasó a paso, y con un importante componente
táctico-estratégico. De nada vale la trayectoria, los partidos previos, la preparación,
el doble turno… La final es un cuento completamente a parte. Cualquier
deportista puede confirmar que las sensaciones que uno tiene ante una final, no
tienen nada que ver con el resto de partidos, combates, encuentros, test-match,
que hayan podido diputar antes. En una final, el tiempo y la razón se congelan
por que ya no importa como se llego hasta ahí, solo importa ese momento, esa
competición final donde se juega lo mejor contra lo mejor. Dan igual los
equipos, los antecedentes, las estadísticas. Los dos componentes de una final
son siempre lo mejor vs lo mejor. Cada deportista debe realizar una preparación
mental especial para poder afrontar lo que en ese momento representa una final
para su carrera deportiva. Por supuesto que el grupo existe, y se puede buscar
contención en el, pero al final cada individuo deberá preparar cuerpo y su
mente, su físico y su espíritu para afrontar el desgaste físico/emocional que
supone jugarse el todo por el todo.
Para cualquier deportista, una final representa una dicotomia bestial de sensaciones. Por un lado se encuentra el stress previo con el componente
de auto presión que ejerce cada uno consigo mismo por su ansia de competir, y
por otro la ansiedad por llegar desahogo final y conocer la alegría más pura o tristeza
mas amarga. Desde el minuto uno hasta el minuto final se corre, se pelea, y se
sufre por conocer este resultado. Las sensaciones son tan ambiguas que dan paso
a una especie de sufrimiento que se disfruta…una tensión brutal pero a la vez
necesaria, una suerte de peaje previo que sin duda refleja todas las luces y
sombras que la competencia conlleva. Me resulta
muy difícil pensar en una concepción de la competencia que no lleve tatuada
esta tensión que regocija. Este
sufrimiento se consume ansioso por que al mismo tiempo que se sufre, también se
disfruta de que para competir de verdad hay que poner todo en juego y hay que obligarse a tomar
decisiones irracionales y sobretodo hay que asumir que de la gloria al fracaso
tan solo pueden separarte milésimas de segundo, y no hay forma humana de prever
o entrenar esa reacción que puede definir el resultado esa fracción de segundo.
Por todo esto es que una final es distinta a todo, incluso a otras
finales. La gran cantidad de componentes
imprevisibles e irreversibles son los que generan ese ambiente y un contexto único
de cada final. En este sentido la preparación mental de un deportista nunca
debe encaminarse al ejercicio de prever estos elementos. Es un completo gasto de energía, ya que como
dijimos antes es imposible manejar todos los componentes que puedan afectar el
resultado de las acciones. Entrenarse para intentar preverlo todo es una batalla
perdida desde el incio. Es generar un stress insuperable e imposible de
re-conducir hacia la competencia. La
concentración y preparación de un deportista ante una final, sin duda debe
pasar por asumir cuanto antes que este tipo de factores imprevisibles son una
realidad y que lejos de intentar controlarlos o anticiparlos, siempre hay que
buscar asumirlos e intentar obtener el mayor beneficio posible de cada
uno. El entrenamiento debe pasar siempre
por no dejarse vencer por todo aquello que no se controla, y por mantener siempre
la concentración sobre todo aquello que si están en manos del jugador modificar.
Esta capacidad es lo único que permitirá adaptar el juego ante los imprevistos
que se puedan sufrir, y sin duda el equipo/deportista que mejor los domine es
quien obtendrá la única ventaja con la que definir una final.
Por todo esto, un simple frase como “Una final no se juega,
una final se gana o se pierde” se
convierte en una gran verdad ya que sirve para condensar todos los factores y
necesidades que suponen para un deportista afrontar su ultima prueba de fuego, su
ultima oportunidad de demostrar su preparación y condiciones físicas, su ultima
chance de demostrar su temple y buen juicio ante situaciones imposibles de
anticipar. Una final no se juega por que no hay mas chances que esta, no se
juega por que mas allá de esto no hay nada más que jugar, no hay segundas
chances que disputar, no hay mas partidos de grupo, clasificatorios, etc…. Una final, es la más bonita de las simplezas. Solo
se gana o se pierde, no tiene mas colores. Solo blanco o negro, no hay grises balsámicos,
no hay claroscuros donde refugiarse y contener el sufrimiento. Todo eso ya quedo atrás en las fases previas.
En una final solo existe la cruel dualidad del que gana o el que pierde, del que
triunfa o fracasa, del que perdura o el que se olvida, de la leyenda o de la
tragedia. Quien antes lo asuma, antes estará
condiciones de disfrutarla y disputarla a su más pleno rendimiento competitivo.
UNA FINAL NO SE JUEGA, UNA FINAL SE GANA….
Sean eternos los laureles
que supimos conseguir:
coronados de gloria vivamos
o juremos con gloria morir.
que supimos conseguir:
coronados de gloria vivamos
o juremos con gloria morir.
Vamos Argentina!


